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Harold Shipman es, sin duda, el candidato al Premio Moriarty 2004 de este número. Múltiples motivos avalan esta candidatura: su larga trayectoria delictiva (27 años matando), su récord criminal (218 víctimas), su traición a la confianza de los pacientes (en muchos casos amigos), su falta de arrepentimiento, su intento de falsificar un testamento a su favor... Harold
Shipman: adicto a matar
Nunca reconoció sus crímenes ni mostró arrepentimiento o remordimiento. Los psiquiatras que le examinaron llegaron a la conclusión de que nunca hablaría de sus crímenes porque era incapaz de reconocerse a sí mismo su culpabilidad. Nadie sabe por qué un afable médico de familia, felizmente casado y con cuatro hijos, mató a centenares de pacientes. Janet Smith, autora del informe oficial sobre los asesinatos, señaló que posiblemente Shipman era "adicto a matar". Smith añadió que "hay evidencias de que tiene una personalidad adictiva, y es posible que matar fuera una forma de adicción". Shipman no ganaba nada con los asesinatos, más bien perdía clientela. En alguna ocasión pidió a los familiares que le regalaran objetos personales del fallecido: una máquina de coser, un mueble, un periquito... Hasta que en 1998 cometió su único error al intentar falsificar -torpemente- el testamento de Kathleen Grundy, una paciente a la que había asesinado, que poseía una fortuna de 386.000 libras esterlinas (unos 579.000 euros). La policía inició una investigación por este hecho que culminó con su detención. El médico adorable Shipman era un hombre de pocos amigos que podía volverse agresivo, pero la mayoría de sus pacientes lo adoraban. Le describían como una persona muy amable, sobre todo con los ancianos, ante los que se mostraba como un amigo verdadero a la par que médico. A muchos incluso les gustaba su manera de llamar a las cosas por su nombre. Cuando Stephen Dickson le preguntó a Shipman el 28 de febrero sobre la esperanza de vida de su suegro, que padecía cáncer, el doctor le contestó: "yo no le compraría ningún huevo de Pascua". Él mismo se ocuparía cuatro días después de materializar su previsión. Sus víctimas eran pacientes con dolencias leves que le caían mal, enfermos crónicos y enfermos terminales. La mayoría de los compañeros de trabajo lo consideraban como un médico en el que se podía confiar, adorable, entregado al cuidado de los pacientes, siempre disponible, trabajador y competente; pero para algunos colegas era también un poco extraño, siniestro y arrogante (sobre todo con los superiores). Según sus compañeros, el único servicio que se le daba mal era ginecología y obstetricia (área en la que estuvo trabajando unos meses durante el período de residencia). Era demasiado bruto y tosco en los partos, y un médico le llegó a prohibir que volviera a tratar a su mujer (que estaba ingresada en el hospital). Se cree que empezó a consumir morfina en esta época porque la droga se utilizaba frecuentemente para aliviar el dolor de los partos y en este área era más fácil conseguirla. Certificados de defunción El número de crímenes por año fue aumentando paulatinamente. En 1997 batió su récord criminal con 37 asesinatos, según el citado informe oficial. El propio Shipman extendió los certificados de defunción de todas sus víctimas, salvo en tres ocasiones. La mayoría de los pacientes fueron incinerados, para lo cual un segundo médico tenía que confirmar los certificados de defunción. Para ello debía ver el cadáver y estudiar cuidadosamente las circunstancias de la muerte, pero la mayoría se limitaban a confirmar desde su consulta los certificados de sus colegas. En determinadas circunstancias, como que un paciente falleciera en menos de 24 horas tras su ingreso en un hospital, el médico tenía la obligación de informar al forense, pero a Shipman le daban igual las normas y no informaba a nadie. Indemnización millonaria
Los familiares de las víctimas han mostrado su desacuerdo con esta compensación económica. Cuando encarcelaron a Shipman les dijeron que había perdido su jubilación. ¿Tiene derecho un médico que asesina a sus pacientes a cobrar una pensión por su trabajo? ¿Y su viuda? Su muerte ha dividido a la opinión británica. Por un lado están los que piensan que debían haber evitado que se suicidara para que cumpliera su castigo y, por otro, los que se alegran de su muerte por el dinero que ahorra a los contribuyentes que ya no tienen que costear su estancia de por vida en la cárcel. (Información actualizada en enero de 2005, tras la publicación del sexto y último informe oficial sobre sus crímenes, realizado por Janet Smith).
Petiot atraía a judíos ricos a su casa ofreciéndoles ayuda para huir de Francia. Una vez allí, los mataba con inyecciones letales, suministradas con el pretexto de cumplir los requisitos sanitarios para entrar en otro país. Petiot se quedaba con el dinero y los objetos de valor que los judíos intentaban llevarse en su viaje. Mato a cien y me condenan por tres Hay un gran número de médicos sospechosos de asesinato que han sido declarados inocentes a lo largo de la historia. David Lucy y Colin Aitken, matemáticos de la Universidad de Edimburgo, han elaborado un estudio al respecto en 2001, donde señalan la dificultad de condenar a médicos que desde el punto de vista científico son responsables de muertes. Según los escoceses, "para la ciencia empírica sólo es necesario demostrar una relación acción-resultado", por lo que un médico cuyos pacientes tienen una mortalidad muy superior a la de los pacientes de otro médico de una zona con clientela similar, sería considerado responsable del exceso de fallecimientos desde el punto de vista científico, pero no desde él jurídico, porque "para la Ley no es suficiente demostrar que se ha matado, hay que señalar a una víctima concreta". Por todo ello, es habitual que médicos asesinos confiesen, se les acuse o se sospeche que han matado a centenares de pacientes y, finalmente, se les condene por una decena de casos, generalmente los asesinatos más cercanos a su detención y en los que no se ha incinerado en cadáver. Los matemáticos escoceses señalan también que aunque siempre ha sido difícil demostrar los crímenes de Doctores Muerte, a partir de mediados de los años ochenta han aumentado considerablemente las condenas de personal sanitario asesino gracias a una mayor pericia de abogados y fiscales.
Los periódicos sugerían que había envenenado a un gran número de ancianas ricas poco después de que le hubieran incluido en su testamento. Pero el periodista Percy Hoskins se opuso a las tesis de sus colegas; mantenía que el médico era inocente y que había una campaña policial contra él. Sus teorías produjeron un escándalo periodístico y policial que terminó con la declaración de inocencia del médico. A pesar de esto, muchos siguen considerándole culpable de la muerte de centenares de pacientes, creencia inducida -en parte- por el hecho de que el doctor Bodkin apareciera como beneficiario en el testamento de 132 de sus pacientes. Tras su muerte, en 1983, dejó en su testamento 1.000 libras esterlinas para el periodista que le había defendido. Enfermeros asesinos Abundan en las residencias de ancianos. Muchas veces empiezan matando a enfermos terminales y acaban cargándose a los pacientes que les resultan pesados. La mayoría alegan eutanasia en su defensa. El problema es que para que haya eutanasia tiene que solicitarlo el enfermo y no hay constancia de que sus víctimas lo hicieran. Entre los casos más recientes están: Charles Cullen. Enfermero norteamericano, 43 años. Detenido en diciembre de 2003 como sospechoso de la muerte de un sacerdote que estaba ingresado en el hospital en el que trabajaba. Confesó que había matado a entre 30 y 40 enfermos terminales, durante los 16 años que trabajó en hospitales de New Jersey y Pennsylvania. Alega que mataba por piedad, para terminar con el sufrimiento de sus pacientes. Enfermero suizo de 34 años, cuyo nombre no se ha facilitado. Acusado en enero del 2004 de matar a 24 ancianos, de entre 66 y 99 años, en una residencia de Lucerna (Suiza). El joven fue arrestado en junio de 2001, y se realizó una investigación criminal que concluyó con las 24 acusaciones. Habría matado a los ancianos con sobredosis de medicamentos o asfixiándolos con bolsas de plástico. Dice que actuó por pena o simpatía. El juicio se celebrará a finales de 2004. Lucy de Berk. Enfermera holandesa, 41 años. Condenada a cadena perpetua en marzo de 2003 por cuatro delitos de asesinato de pacientes y tres intentos en La Haya. Los investigadores la relacionan con otros once intentos y asesinatos. Parece ser que en el caso de Lucy la motivación era que se sentía cualificada para decidir sobre la vida y la muerte. Christine Malevre. Enfermera francesa, 33 años. Condenada a diez años de cárcel en enero de 2003 por matar a siete de sus pacientes en un hospital de las afueras de París. Al principio dijo que había "ayudado" a morir a treinta enfermos terminales y acabó confesando su participación en cuatro muertes. Varios familiares descartaron que los fallecidos hubieran expresado su deseo de morir. Christine dice que actuó por compasión. Orville Lynn Majors. Enfermero de 43 años condenado a 360 años de cárcel en 1999 por seis asesinatos, cometidos entre 1993 y 1995 en el Vermillion County Hospital de Clinton (Indiana, EE.UU.) En el juicio se presentaron informes hospitalarios que relacionaban al enfermero con 130 pacientes que habían muerto durante los trece meses que trabajó en el centro. En todos los hospitales en los que trabajó aumentaron desmesuradamente los fallecimientos durante su estancia. Los pacientes tenían un 43 por ciento más de posibilidades de morir cuando trabajaba Orville. En alguna ocasión comentó a sus compañeros de trabajo que "todos los viejos deberían ser gaseados". Sus víctimas tenían entre 58 y 89 años. Donald Harvey. Enfermero condenado a cadena perpetua en 1987 por asesinar a 37 pacientes del hospital de Cincinnati (EE.UU.) donde trabajaba. Las autoridades creen que es responsable de 50 muertes en los hospitales de Ohio y Kentucky en los que trabajó. |
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