Cadena perpetua para el psicópata del autobús

Andrea.
En diciembre finalizó en Auxerre (Francia) el juicio contra Emile Louis, considerado el mayor asesino en serie de Francia. Este conductor de autobús de profesión, ahora jubilado, estaba acusado del secuestro y asesinato de siete chicas entre 1975 y 1979. Las víctimas, con edades comprendidas entre los 16 y 22 años,
Emile Louis mató a siete
tenían todas algún grado de deficiencia mental y estaban bajo la protección del departamento de asuntos sociales (DASS, por sus siglas en francés). Esto no les valió de mucho porque sus desapariciones no preocuparon ni a la prensa ni a los funcionarios del servicio de menores ni a los jueces y, en varios casos, ni a sus propias familias. El único funcionario que siguió investigando, porque no se tragaba que las desaparecidas simplemente se hubieran fugado con algún novio, fue el gendarme Christian Jambert, quien logró establecer que el conductor había tenido alguna relación con todas las víctimas. Pero Jambert no estuvo presente en el juicio porque falleció en agosto del 1997 por una no aclarada "muerte violenta", tres años antes de que Emile confesara.
Como es natural, sus abogados dijeron que las acusaciones no tenían fundamento, que su cliente era la inocencia en persona y que además las pruebas materiales eran insuficientes. Y algo de razón tienen, ya que sólo se encontraron dos de los siete cuerpos. Lo irónico es que fue el mismo Emile Louis quien confesó en diciembre del 2000, tras ser arrestado durante 45 horas, y también fue él quien llevó a las autoridades al lugar donde estaban enterradas dos de las jóvenes desaparecidas. Sus abogados explicaron durante el juicio que a su cliente le gustaba ir a pescar a dicho lugar y un día había visto a dos hombres "de apariencia magrebí" enterrando algo. Aunque Emile alega que su confesión fue producto del miedo que tenía a los gendarmes, sus antecedentes personales no juegan a favor de su inocencia, ya que fue condenado en 1981 y en 1989 por atentar contra el pudor de dos niñas pequeñas y después, en la primavera de este año, por la violación y abuso sexual de su esposa e hija adoptiva. El juicio además sentó precedente, ya que el juez encargado del caso, Philippe Bilger, citó a declarar a fiscales, a sustitutos de fiscales, y a dos jueces de instrucción, acusándolos de no cumplir con el deber de investigar.


Niño de la DASS
Emile fue abandonado por sus padres al nacer y, al igual que sus víctimas, pasó a estar bajo la custodia de la DASS. Tras terminar sus estudios, se enroló en la legión extranjera y participó en la guerra de Indochina, consiguiendo varias condecoraciones. Años más tarde, su casa funcionó como hogar de acogida para niños de la DASS. Incluso Jacqueline Weiss, una de sus víctimas, pasó junto a su hermano una temporada en casa de Emile.
Durante el juicio el acusado incurrió en constantes contradicciones. A ratos decía que había un complot contra él o que una red de prostitución era la verdadera culpable de las desapariciones y otras veces culpaba de todo a su ex-mujer Gilberte Leménorel, quien lo hizo internar en un psiquiátrico. Desde ese momento, según su declaración, su vida cambio y empezó a sufrir "pulsiones" en noches de luna llena, sobre todo en primavera y verano.
Dijo que sólo quería acostarse con las chicas que, según él, eran poco espabiladas, pero no inocentes en el terreno sexual. También declaró que les tenía mucho cariño por lo que nunca les hubiera hecho daño; y negó haber escrito una conveniente carta de despedida de Françoise Lemoine, la segunda víctima en desaparecer. En la misiva, ella se despide de Emile, le da las gracias por su ayuda y dice que su ex-novio ha venido a buscarla. Se cree que el acusado se hacía el simpático con las mujeres y les conseguía alojamiento y pequeños trabajos para ganarse su confianza.



 
La confesión y el secuestro permanente
En el año 2000 Emile justificó su confesión porque no podía seguir cargando con el peso de las muertes en su conciencia. Pero conciencia atormentada o afán de protagonismo típico de los psicópatas, no estaba en los planes de Emile pagar por sus crímenes. El acusado declaró haber leído en un libro que tenía en casa que no se puede juzgar a un criminal si han pasado más de diez años desde que cometió el crimen. Es lo que en leyes se conoce como prescripción de un delito. Para asegurarse de que quedaría libre, no sea que hubiese entendido mal, pidió a los gendarmes que le enseñaran el código penal donde venía el artículo en cuestión. Curiosamente, como la letra era muy pequeña y se había dejado las gafas en casa, tuvo que leérselo el funcionario encargado de la investigación. Lo que Emile no pudo prever, ya que seguramente no lo mencionaba su libro, es que iba a ser juzgado según la tesis del "secuestro permanente" que considera que al no aparecer el cuerpo de la persona el delito se sigue cometiendo, por lo que no puede prescribir. El listo de Emile nunca pensó que las corrientes del río en cuya orilla enterró a sus víctimas y la erosión le jugarían una mala pasada llevándose los otros cinco cuerpos.
A sus 71 años, Emile Louis ha sido condenado a cadena perpetua y deberá cumplir al menos 18 años antes de que se le pueda conceder algún beneficio penitenciario.


 



 

 


medios consultados
colaboraciones
publicidad
quiénes somos
adeguello@adeguello.net

 

www.adeguello.net
revista bimensual de crítica de crímenes
número 7- enero 2005

 

 

 
próximo número marzo 2005
 
 
© E.Cordeiro. 2003