Lucero poco brillante

Juanma. Joe Lucero, de 30 años, es pionero de una nueva especialidad en el campo de la incompetencia delictiva: el maratón de chapuzas. Siguiendo la tradición acumulativa del espectáculo USA, Lucero encadenó una sorprendente serie de delitos fallidos y acabó en el hospital, víctima de su propia ineptitud.
Fracasó en sus intentos de atracar a dos mujeres, no consiguió penetrar en varios apartamentos donde quería robar, secuestró un coche y lo estrelló, dejó las huellas ensangrentadas de sus manos en los picaportes de varios pisos más y fue derrotado en su enfrentamiento con una madre airada a la que pretendía arrebatar su bebé para usarlo como escudo.
Hombre madrugador, Lucero comenzó su jornada a las 6 menos cuarto de la mañana del domingo 7 de agosto en Salt Lake City (EE.UU.). Armado con un cuchillo, salió a hacer sirlas por la calle y se dirigió al aparcamiento de unos almacenes. Allí intentó atracar a dos mujeres, pero éstas salieron huyendo sin darle su dinero, lo cual le hizo pensar que la sirla no era lo suyo. Sin duda, no daba bastante miedo.
Así pues, decidió cambiar de especialidad y hacerse topero. Para ello, se dirigió a un complejo de apartamentos e intentó forzar una puerta. Inútil total. Tal vez pudiera probar suerte en el robo de coches.

Dejó huellas ensangrentadas en las puertas
Como seguramente no sabe hacer un puente, Lucero volvió a recurrir al cuchillo. Vio un Jeep parado con dos personas a bordo y las intimidó con el bardeo para que se lo cedieran. Esta vez parecía que las cosas iban saliendo bien. Lástima que su destreza como conductor esté a la altura de su competencia criminal. Al poco rato, volcó y estrelló el vehículo, sufriendo cortes y contusiones diversas.
Lucero no es hombre que renuncie a su vocación por unos principios poco auspiciosos. Aunque estaba hecho un Cristo, decidió darse otra oportunidad en el robo domiciliario. Penetró en otro edificio de apartamentos y empezó a probar puertas. Lo único que consiguió fue dejar abundantes huellas de sus manos ensangrentadas en los picaportes. Aquello ya pasaba de castaño oscuro. Y se olía que la policía podía estar siguiéndole. Era el momento de pasar a las medidas desesperadas. Nada de limpiar las huellas. Había que coger rehenes.
De una patada, abrió la puerta del apartamento de la familia Hernández (¿cómo no se le había ocurrido antes un método tan delicado?) y entró en él gritando "¡Policía! ¡Tengo una pistola!". La familia Hernández no quedó muy convencida. Mientras Lucero montaba una barricada en la puerta (como suelen hacer todos los policías al entrar en una casa), la madre, Melva, cogió a su niña de 18 meses y la escondió en un armario. Lucero empezó a perder la calma. Rompió una mesita y desgarró las sábanas de la cama para demostrar lo peligroso que era. Apiadada, la señora Hernández le ofreció dinero, para ver si así se iba, pero Lucero ya estaba poseído. Le exigió que le entregara a la niña escamoteada, con la que pensaba montar su gran escena final.
Melva Hernández, que ya sospechaba que el asaltante no llevaba pistola y era un pringado de mucho cuidado, reaccionó como es de esperar en una madre en semejante situación. Por primera vez en la jornada, Lucero se vio en verdadero peligro. Y en aquel momento oyó sirenas de la policía. Entonces, Joe Lucero, viéndose acorralado entre la madre y la ley, hizo uso de todos sus recursos criminales. Se tiró por la ventana.
La policía lo recogió y lo trasladó a un hospital, donde tuvo que permanecer varios días antes de ser conducido a la cárcel del condado. Hubo que sedarle porque estaba bastante nervioso. Se comprende.


 

 


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