Gracias a todos los lectores que nos habéis acompañado durante este año y especialmente a los que habéis mandado e-mails elogiosos y colaboraciones, a los que nos habéis recomendado en vuestras Webs y a todos los buscadores que nos encuentran.
CRIMINAL
2004
El secuestro consiste básicamente en llamar a un domicilio al azar (a ser posible de una zona adinerada) y preguntar si hay algún familiar que no está en casa porque ha habido un accidente. Cuando el primo contesta: " sí, mi hijo, que se llama X y salió está mañana...", el estafador le replica que su hijo X ha sido secuestrado y que no se le ocurra avisar a nadie porque el teléfono está pinchado y la casa vigilada. El familiar debe bajar a la calle y comprar tarjetas telefónicas por una cantidad que suele oscilar entre los 40 y 1500 pesos (10 y 550 euros), después debe volver a casa (con las tarjetas) y esperar a que suba a recogerlas la persona que le está vigilando en la calle. (Las tarjetas, que solicita el delincuente, son de empresas de telefonía que ofrecen un servicio de llamadas, generalmente, más barato. Para realizar la llamada hay que marcar un número gratuito de la empresa, a continuación el número secreto que aparece en la tarjeta y después el número del teléfono con el que se quiere hablar. La tarjeta en sí no sirve para nada, sólo se usa el número secreto). El cobro del rescate El primo baja a la calle, compra las tarjetas y se vuelve a casa a esperar a que las recojan. Pero no va nadie, el delincuente vuelve a llamar y le pide que le diga los números secretos de todas las tarjetas por teléfono. Después le dice que las queme al lado de la ventana (por lo de los vigilantes). Como el primo está supuestamente bajo constante observación no copia los números secretos y por ello no podrá anular las tarjetas, ni seguirle el rastro al estafador. No ganan mucho dinero, pero es un secuestro que tiene un coste muy barato y se puede hacer varias veces en un mismo día. Nada más surgir esta nueva moda, la policía argentina recibía entre ocho y quince denuncias al día. La mitad de los denunciantes habían pagado el rescate y no han llegado a detener a nadie. Sí se ha identificado la procedendia de muchas de las llamadas: han sido realizadas desde las cárceles de Córdoba (Argentina). La mayoría de los secuestradores virtuales son presos que están cumpliendo condena en la prisión de Bouwer. Según parece, las tarjetas telefónicas se utilizan como moneda de cambio en la cárcel. El Twist de las cárceles (adegüello, marzo 2004) Pampa. Sólo inmerso en un contexto de paranoia y miedo, el "secuestro virtual", la última moda en estafa, puede tener lugar. Es por eso que Argentina se encuentra por estos días tan tentador. "Tenemos a tu hija secuestrada", dice una voz anónima por teléfono. La desesperación invade a la persona que escucha y el cuento del tío, como se denomina por estas costas a este tipo de engaños. "Si querés volver a ver a tu hija con vida tenés cinco minutos para comprar diez tarjetas de pulsos telefónicos y esperar a que te llamemos. ¡Ojo, que te estamos vigilando!", manifiesta la misma voz. Los autores de las llamadas no tienen a ningún rehén, sólo aprovechan la ausencia temporal de una persona, para así cargarse con el módico botín de las claves de algunas tarjetas telefónicas. Pero mucho más nocivo que la pérdida económica, son las horas (tres o cuatro) que transcurren entre la llamada y la toma de conocimiento de que la misma sólo se trató de un sofisticado "cuento del tío". El sorteo del cine Según afirman los policías, se han podido detectar dos modus operandi en estos tipos de estafa: llamadas al azar desde cárceles y averiguaciones de información en cine.
El segundo de los casos, mucho más sofisticado, consiste en hacer llenar, en la entrada de los cines, un cupón que supuestamente se utilizará para un futuro sorteo. Como en esos cupones se pide nombre, apellido, y número de teléfono, los delincuentes aprovechan la información y las dos horas que durará la película (sumado a que el celular de los chicos debe estar apagado en el cine) para actuar con suma eficiencia y seguridad. El
resultado final es nuevamente la obtención de claves telefónicas
que son vendidas a los reclusos, durante las jornadas de visita, o bien
utilizadas para llamar al exterior.
Las tarjeta telefónicas tienen un valor muy especial para los presos, representan la única forma que tiene de comunicarse con el exterior. Dentro de la cárcel los pulsos telefónicos tienen valor de dinero en efectivo: se usan como una auténtica moneda de trueque en un auténtico mercado negro. Los reos argentinos ayudan a sus colegas (adegüello, noviembre 2004) Esther. Si en la candidatura al premio Moriarty repiten los médicos, en el premio al criminal del mes volvemos a tener a los reclusos argentinos. Los chicos consiguen cometer un montón de delitos a pesar de estar entre rejas. Al secuestro virtual le unimos ahora la cobertura telefónica a sus colegas delincuentes. Las bandas informan a los reos sobre cuándo y dónde va a ser su próximo golpe y los reclusos se dedican a colapsar las líneas telefónicas de las comisarías de policía cercanas, los bomberos, los servicios de urgencias de la zona,... a la hora señalada. (Nos quitamos el sombrero). Los reclusos denuncian falsos atracos en lugares remotos para que los agentes pierdan el tiempo, falsos incendios, falsos accidentes,... En un gran número de cárceles ya han empezado a tomar medidas contra la utilización delictiva del teléfono. En algunos centros se ha anulado el acceso a los números de los servicios de emergencia y, para intentar evitar los secuestros virtuales, se ha programado una grabación que anuncia al interlocutor que va a recibir una llamada de la cárcel. En lo que va de año se han denunciado 3.000 secuestros virtuales, la mayoría realizados desde los teléfonos de las prisiones. PREMIO MORIARTY 2004 Harold Shipman: adicto a matar Muere el mayor asesino en serie de la historia moderna (adegüello, marzo 2004) Esther. Harold Shipman, el asesino en serie más prolífico de la historia moderna, apareció muerto el 13 de enero de 2004 en su celda de la prisión británica de Wakelfield. Aparentemente, Shipman se suicidó colgándose de los barrotes de su celda con las sábanas de la cama. Está previsto que la investigación para esclarecer las causas de su muerte dure dos meses.
Nunca reconoció sus crímenes, ni mostró arrepentimiento o remordimiento. Los psiquiatras que le examinaron llegaron a la conclusión de que nunca hablaría de sus crímenes porque era incapaz de reconocerse a sí mismo su culpabilidad. Nadie sabe por qué un afable médico de familia, felizmente casado y con cuatro hijos, mató a centenares de pacientes. Janet Smith, autora del informe oficial sobre los asesinatos, señaló que posiblemente Shipman era "adicto a matar". Smith añadió que "hay evidencias de que tiene una personalidad adictiva, y es posible que matar fuera una forma de adicción". Shipman no ganaba nada con los asesinatos, más bien perdía clientela. En alguna ocasión pidió a los familiares que le regalaran objetos personales del fallecido: una máquina de coser, un mueble, un periquito... Hasta que en 1998 cometió su único error al intentar falsificar -torpemente- el testamento de Kathleen Grundy, una paciente a la que había asesinado, que poseía una fortuna de 386.000 libras esterlinas (unos 579.000 euros). La policía inició una investigación por este hecho que culminó con su detención. El médico adorable Shipman era un hombre de pocos amigos que podía volverse agresivo, pero la mayoría de sus pacientes le adoraban. Le describían como una persona muy amable, sobre todo con los ancianos, ante los que se mostraba como un amigo verdadero a la par que médico. A muchos incluso les gustaba su manera de llamar a las cosas por su nombre. Cuando Stephen Dickson le preguntó a Shipman el 28 de febrero sobre la esperanza de vida de su suegro, que padecía cáncer, el doctor le contestó: "yo no le compraría ningún huevo de Pascua". Él mismo se ocuparía cuatro días después de materializar su previsión. Sus víctimas eran pacientes con dolencias leves que le caían mal, enfermos crónicos y enfermos terminales. La mayoría de los compañeros de trabajo le consideraban como un médico en el que se podía confiar, adorable, entregado al cuidado de los pacientes, siempre disponible, trabajador y competente; pero para algunos colegas era también un poco extraño, siniestro y arrogante (sobre todo con los superiores). Según sus compañeros, el único servicio que se le daba mal era ginecología y obstetricia (área en la que estuvo trabajando unos meses durante el período de residencia). Era demasiado bruto y tosco en los partos, y un médico le llegó a prohibir que volviera a tratar a su mujer (que estaba ingresada en el hospital). Se cree que empezó a consumir morfina en esta época porque la droga se utilizaba frecuentemente para aliviar el dolor de los partos, y en este área era más fácil conseguirla. Certificados de defunción El número de crímenes por año fue aumentando paulatinamente. En 1997 batió su récord criminal con 37 asesinatos, según el citado informe oficial. El propio Shipman extendió los certificados de defunción de todas sus víctimas, salvo en tres ocasiones. La mayoría de los pacientes fueron incinerados, para lo cual un segundo médico tenía que confirmar los certificados de defunción. Para ello debía ver el cadáver y estudiar cuidadosamente las circunstancias de la muerte, pero la mayoría se limitaban a confirmar desde su consulta los certificados de sus colegas.
Indemnización millonaria Hasta el pasado 18 de junio el Doctor Muerte estaba bajo vigilancia especial para evitar que se suicidara. Se trata de una medida habitual entre los reos británicos que están condenados a cadena perpetua. No había mostrado ninguna tendencia suicida, aunque en una ocasión, según The Times, habló sobre la posibilidad de suicidarse para que su esposa cobrara una indemnización. Tras la muerte de Shipman, a los 57 años, su mujer recibirá 100.000 libras esterlinas (unos 150.000 euros), libres de impuestos, y una pensión vitalicia de 10.000 libras esterlinas (unos 15.000 euros) al año. Si el Doctor Muerte hubiera fallecido tras cumplir 60 años, su esposa sólo habría recibido 5.000 libras (unos 7.500 euros) anuales. Los familiares de las víctimas han mostrado su desacuerdo con esta compensación económica. Cuando encarcelaron a Shipman les dijeron que había perdido su jubilación. ¿Tiene derecho un médico que asesina a sus pacientes a cobrar una pensión por su trabajo? ¿Y su viuda? Su muerte ha dividido a la opinión británica. Por un lado están los que piensan que debían haber evitado que se suicidara para que cumpliera su castigo y, por otro, los que se alegran de su muerte por el dinero que ahorra a los contribuyentes, que ya no tienen que costear su estancia de por vida en la cárcel.cárcel. (Información actualizada en enero de 2005, tras la publicación del sexto y último informe oficial sobre sus crímenes, realizado por Janet Smith).
Como era de esperar, el sagaz criminal de la bicicleta estaba en su casa, como aguardando a que llegara la policía a detenerlo. También tenía allí el cuchillo de trabajo. Se ve claramente que el chaval tiene por delante una carrera brillantísima... como hazmerreír de los sucesivos presidios a los que le va a llevar su manera de hacer las cosas. Sólo queda saber cómo pensaba pagar la pizza. |