www.adeguello.net / revista bimensual de crítica de crímenes / número 2- marzo 2004

Criminal del mes

Los secuestros virtuales revolucionan el hampa

Esther. Los delincuentes argentinos han demostrado, una vez más, tener una imaginación y unas aptitudes criminales inigualables. Se han inventado una modalidad de secuestro que soluciona el eterno problema del cobro del rescate, gran quebradero de cabeza para delincuentes de todas las épocas. Para llevar a cabo el secuestro virtual no hace falta furgoneta, ni pistola, ni cloroformo, ni sótano, ni cómplices discretos, ni siquiera hace falta secuestrar. Sólo se necesita tener teléfono y facilidad de palabra.
El secuestro consiste básicamente en llamar a un domicilio al azar (a ser posible de una zona adinerada) y preguntar si hay algún familiar que no está en casa porque ha habido un accidente. Cuando el primo contesta: "sí, mi hijo que se llama X y salió está mañana...", el estafador le replica que su hijo X ha sido secuestrado y que no se le ocurra avisar a nadie porque el teléfono está pinchado y la casa vigilada. El familiar debe bajar a la calle y comprar tarjetas telefónicas por una cantidad que suele oscilar entre los 40 y 1500 pesos (10 y 550 euros), después debe volver a casa (con las tarjetas) y esperar a que suba a recogerlas, la persona que le está vigilando en la calle. (Las tarjetas que solicita el delincuente son de empresas de telefonía que ofrecen un servicio de llamadas, generalmente, más barato. Para realizar la llamada hay que marcar un número gratuito de la empresa, a continuación el número secreto que aparece en la tarjeta y después el número del teléfono con el que se quiere hablar. La tarjeta en sí no sirve para nada, sólo se usa el número secreto).

El cobro del rescate
El primo baja a la calle, compra las tarjetas y se vuelve a casa a esperar a que las recojan. Pero no va nadie, el delincuente vuelve a llamar y le pide que le diga los números secretos de todas las tarjetas por teléfono. Después le dice que queme las tarjetas al lado de la ventana (por lo de los vigilante). Como el primo está supuestamente bajo constante observación no copia los números secretos y así no podrá anular las tarjetas, ni seguirle el rastro al estafador.
No ganan mucho dinero, pero es un secuestro que tiene un coste muy barato y se puede hacer varias veces en un mismo día. Nada más surgir esta nueva moda, la Policía recibía entre ocho y quince denuncias al día. La mitad de los denunciantes habían pagado el rescate, y no han llegado a detener a nadie.
Sí se ha identificado la procedendia de muchas de las llamadas: han sido realizadas desde las cárceles de Córdoba (Argentina). La mayoría de los secuestradores virtuales son presos que están cumpliendo condena en la prisión de Bouwer. Según parece, las tarjetas telefónicas se utilizan como moneda de cambio en la cárcel.




El Twist de las cárceles

Pampa.
Sólo inmerso en un contexto de paranoia y miedo, el "secuestro virtual", la última moda en estafa, puede tener lugar. Es por eso que Argentina se encuentra por estos días tan tentador.
"Tenemos a tu hija secuestrada", dice una voz anónima por teléfono. La desesperación invade a la persona que escucha y el cuento del tío, como se denomina por estas costas a este tipo de engaños.
"Si querés volver a ver a tu hija con vida tenés cinco minutos para comprar diez tarjetas de pulsos telefónicos y esperar a que te llamemos. ¡Ojo, que te estamos vigilando!", manifiesta la misma voz.
Los autores de las llamadas no tienen a ningún rehén, sólo aprovechan la ausencia temporal de una persona, para así cargarse con el módico botín de las claves de algunas tarjetas telefónicas.
Pero mucho más nocivo que la pérdida económica, son las horas (tres o cuatro) que transcurren entre la llamada y la toma de conocimiento de que la misma sólo se trató de un sofisticado "cuento del tío".

El sorteo del cine
Según afirman los policías, se han podido detectar dos modus operandi en estos tipos de estafa: llamadas al azar desde cárceles y averiguaciones de información en cine.
El primero de los casos, se trata de delincuentes que se encuentran cumpliendo condenas efectivas, que disponen en sus celdas o patios de teléfonos públicos.
El segundo de los casos, mucho más sofisticado, consiste en hacer llenar, en la entrada de los cines, un cupón que supuestamente se utilizará para un futuro sorteo. Como en esos cupones se pide nombre, apellido, y número de teléfono, los delincuentes aprovechan la información y las dos horas que durará la película (sumado a que el celular de los chicos debe estar apagado en el cine) para actuar con suma eficiencia y seguridad.
El resultado final es nuevamente la obtención de claves telefónicas que son vendidas a los reclusos, durante las jornadas de visita, o bien utilizadas para llamar al exterior.
Las tarjeta telefónicas tienen un valor muy especial para los presos, representan la única forma que tiene de comunicarse con el exterior. Dentro de la cárcel los pulsos telefónicos tienen valor de dinero en efectivo: se usan como una auténtica moneda de trueque en un auténtico mercado negro.