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bimensual de crítica de crímenes / número 9- mayo 2005
Criminal
del mes
El parricida
sonámbulo
Esther.
Seguramente ni el propio Jules llegó nunca a imaginar que su sonambulismo
le iba a librar totalmente de la cárcel. De hecho le contó
por primera vez a su abogado lo del trastorno del sueño cuando
ya llevaba nueve meses acusado de asesinato y a la espera de juicio en
una prisión de Manchester. Su caso se ha convertido en el crimen
de sonámbulo inocente número 68 de la historia mundial y
en el primero de Gran Bretaña.
Jules Lowe, un británico
de 32 años, ha sido declarado en marzo no culpable de la muerte
de su padre en octubre de 2003, en Walkden (Manchester). La sentencia
ha considerado que Lowe actuó como un autómata y ha resuelto
que deberá ingresar en un hospital psiquiátrico por un período
indeterminado.
Cuando Jules empezó a decir que había matado a golpes a
su padre Eddie Lowe, de 82 años, sin darse cuenta, porque estaba
dormido, parecía una excusa tonta que le permitía emborracharse
a diario, mientras duraban los experimentos a los que le sometieron en
el Centro de Sueño del Londres. Los médicos se dedicaron
a emborrachar a Jules para reproducir el estado en el que se encontraba
la noche que mató y, cuando se dormía, estudiaban su actividad
cerebral, muscular y respiratoria. Aunque el acusado no llegó a
realizar ninguna actividad física durante el sueño, los
investigadores partieron de la base de que era un sonámbulo por
los testimonios de amigos y familiares. Tras lo que la BBC ha denominado
como "el más minucioso estudio científico de la historia
legal británica", los médicos afirmaron que era posible
que el acusado hubiera matado sonámbulo a su padre.
Los sonámbulos
y el crimen
Existe una predisposición genética para este trastorno del
sueño que suele ir acompañado de pesadillas. Cuando los
sonámbulos duermen, algunas áreas del cerebro funcionan
como si estuvieran despiertos, mientras que otras están en el estado
propio del sueño. El 8 por ciento de los niños son sonámbulos
y el porcentaje disminuye en la edad adulta, con un 1 por ciento, la mayoría
hombres. El alcohol, las drogas y el estrés actúan muchas
veces como detonante.
No es fácil convencer a los jueces de que has cometido un crimen
mientras dormías, lo fundamental en estos casos es demostrar una
largo historial de actividades nocturnas y que durante la comisión
del delito no se tuvo en ningún momento conciencia del mismo. También
hay que carecer de motivos para matar a la víctima. Las herencias
y problemas conyugales dificultan mucho el caso.
La mayoría de las defensas que alegan sonambulismo fallan porque
se demuestra que el acusado despertó en algún momento del
ataque y tuvo conciencia de sus actos. Dean Sokell, en 1998, y Stephen
Reitz, en 2004, empezaron a atacar a sus parejas en Devon (Gran Bretaña)
y Los Ángeles, respectivamente, mientras estaban dormidos, pero
en sus juicios se demostró que recuperaron la conciencia en pleno
ataque y remataron la faena con la muerte de las mujeres.
Otro caso relevante es el de Scott Falater, un mormón de 43 años,
que apuñaló a su mujer 44 veces en Arizona y la tiró
la piscina de su casa en enero de 1997. Después guardó las
ropas ensangrentadas y el cuchillo en un bote de plástico. Un vecino
vio como la arrojaba a la piscina y avisó a la policía.
Scott alegó que no se acordaba de nada porque era sonámbulo
y la había matado mientras dormía. Sus hijos estaban convencidos
de su inocencia, pero el jurado le declaró culpable de asesinato
en primer grado porque había hecho demasiadas cosas para estar
durmiendo.
Hay algunos sonámbulos a los que sí les ha funcionado la excusa.
A principios de los años 80, Steven Steinberg fue declarado inocente
por enajenación mental transitoria debido a su sonambulismo. Había
matado a su mujer, Elana, de 26 puñaladas.
La
prostituta y su enamorado
En 1846 el abogado Rufus Choate utilizó por primera vez el sonambulismo
como argumento de una defensa. Fue en el juicio contra Albert Tirrell, que
había matado en Boston (EE.UU.) a Maria Ann Bickford, una prostituta
de la que estaba enamorado. Albert era un mujeriego, casado y con dos hijas,
que había mantenido en diversas ocasiones relaciones sexuales con
la chica. Maria también estaba casada, aunque había cambiado
a su marido por la vida del burdel que resultaba mucho más rentable
para una joven agraciada. Él quería que dejara la profesión
para dedicarle exclusividad, pero la mujer ya tenía planeada su retirada
con un viejo amante que la iba a llevar a vivir a Nueva York.
En octubre de 1845 Tirrell entró por la noche en la habitación
del burdel en la que dormía María y le cortó la yugular,
después prendió fuego al dormitorio y huyó. Alquiló
un caballo y un carro y se fue a Canadá. Se embarcó con destino
a Liverpool, pero el barco regresó a puerto por mal tiempo. Tomó
otra embarcación para ir a Nueva Orleans en diciembre de 1845 y antes
de atracar le detuvo la policía de Louisiana.
Durante los dos meses que duró su fuga, los periódicos publicaron
poemas y artículos sentimentales sobre la pobrecita prostituta, cuya
inocencia se había perdido en manos de depravados. Las historias
despertaron las simpatías de los bostonianos hacia la cándida
víctima y estaban indignados por la pasividad de las autoridades,
que tardaron varios días en ofrecer una recompensa por la captura
del pérfido criminal.
La cosa cambió cuando entró en juego el abogado de Tirrell.
Choate se enteró de que el acusado era sonámbulo y decidió
usar el trastorno en su defensa. Melodramáticas fueron las conclusiones
del letrado. Según él, Maria era una mujer de puñales
y cuchillos, como una mujer hispana, ordinaria, fuerte y masculina, que
se había intentado suicidar en varias ocasiones, y el acusado estaba
profundamente enamorado de ella. La víctima se suicidó y Tirrell
se medio despertó por el olor de la sangre y cogió en brazos
a su amada, ensangrentada, para darle el último beso de amor. Entonces
le rompió la ropa y se fue al jardín a llorar, todo ello estando
sonámbulo. El jurado le declaró no culpable. Días después
un juez le condenó a tres años de cárcel por adulterio.
Tras el juicio de Tirrell, y durante un tiempo, se puso de moda el sonambulismo
entre delincuentes norteamericanos de todos los estados.
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